GRACIAS

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martes, 31 de agosto de 2010

Evasión

Había llegado a la parada sin darse cuenta, casi sin querer. En realidad no sabía ni porqué se había subido. Quizá por inercia. Necesitaba pensar y extrañamente el autobús la invitaba a ello. Nadie con quien tener que hablar, sólo mirar distraída por la ventanilla. El autobús podía llegar a ser su refugio.

No podía dejar de pensar en él, en su particular refugio, donde tantas veces lo había visto evadirse también.

A él le gustaba sentarse en la zona del salón a la que llamaba cariñosamente "su biblioteca". No era en sí una biblioteca, pero era  su espacio, donde tenía sus libros, los leídos mil veces, los empezado a leer otras tantas, los que jamás leería...


Cuando el día amanecía soleado, se colaban rayitos juguetones entre las láminas de las persianas, y a él le gustaba jugar con las formas que adquiría el humo de su cigarrillo, daba una gran calada y lo expulsaba fuerte, extasiándose con el juego sensual entre el humo, el sol y las motas de polvo.
Realmente no pensaba en nada, se dejaba ir... vagueando...


Exactamente así, lo acababa de dejar en esa tarde y como siempre no sabía cuando se produciría el siguiente encuentro. La vida se portaba así con ellos, nada de premeditaciones ni citas, dejarse llevar, como el humo de un cigarrillo.