GRACIAS

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jueves, 7 de enero de 2010

Confianza


La pareja no era demasiado mayor, pero tampoco eran jóvenes. Quizás rondaban lo cincuenta. Bien vestidos. Elegantemente vestidos para una sevillana mañana de domingo.

Probablemente pensaban pasear por el Centro, después  tal vez, de escuchar Misa en la Catedral.
Ella vestía un impecable traje de chaqueta marrón, blusa con lazada en tonos oro viejo, zapatos de medio tacón, muy limpios, bolso a juego, y llevaba el pelo que ya empezaba a platear, recogido con un elegantísimo estilo italiano. Muy bella.

Él la acompañaba en todo, en la pulcritud de sus zapatos, en la elegancia de su traje, y casualmente en ese oro viejo de su corbata.

Se veían como solemos decir con clase.

Cuando subí al autobús, ya estaban sentados. Desde el primer momento me habían llamado la atención. Por su belleza, su serenidad, por todo lo que ya he descrito. Tomé asiento justo detrás de ellos y también pude comprobar lo bien perfumados que iban.

Hablaban pausadamente, bajito, casi susurrándose, así que no pude oir absolutamente nada de lo que se decían. ¿Harían planes para ese domingo? ¿Hablarían de sus hijos o de sus nietos? ¿Tendrían hijos o nietos?..

La película de mi ciudad iba proyectándose ante mis ojos. Gente en bici, gente andando, otros coches, semáforos, terrazas con veladores, todo se proyectaba a través de los fotogramas/ventanas del bus. Pero realmente lo que me absorbía era la pareja. Verdaderamente fascinantes para mí.

Cuando al fin llegamos a la última parada, se dispusieron para salir. Las manos de ellas eran preciosas. Manos maduras de mujer madura, uñas muy bien arregladas, y a la vez manos fuertes. Con una se agarraba a una barra del autobús para no perder el equilibrio mientras que con la otra, firmemente, ayudaba a su compañero a incorporarse.

Él se puso de pié, justo detrás de su mujer (hace tiempo que yo había decidido que eran matrimonio). Y con un gesto un poco torpe se asió a su brazo. Quise notar que el hecho de tocarla, de apoyarse en ella lo tranquilizaba. Y fue ahí, justo en ese preciso momento cuando empecé a darme cuenta de lo que realmente pasaba. Ella lo guió hasta la puerta de salida, con su cuerpo y sus piernas y sus pies le indicaba que había un escalón, que tendrían que bordear algo la parada para no entremezclarse con los que ya hacían cola para ese mismo autobús. Ella empezó a caminar con paso firme, y él, agarrado la seguía, sin miedo. Era evidente que confiaba en su lazarillo. ¿Podría ella también transmitirle los colores? ¿El ambiente? Seguramente que sí.

Desde su ceguera y a través de ella, iba a vivir una bonita mañana de domingo.