GRACIAS

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lunes, 10 de enero de 2011

Naranjas y nueces

El aparador de la salita en casa de la abuela, ya no tenía más hueco para guardar recuerdos. Con los años, tantos ya, la abuela había ido acumulando tarjetas, platitos de viajes, dedales, juegos de café incompletísimos, sorpresas de roscón, frascos de colonia bonitos y vacíos, cientos de cacharritos que a Mónica le encantaba mirar, repasar, tocar.

A Mónica la dejaban algunas tardes con la abuela, mientras sus padres se ocupaban de alguna tarea en la que la niña sólo sería un estorbo. Y a ella eso le encantaba. Solía mirar a su abuela desde abajo. Ponía su barbilla apoyada en la mesa de camilla, y elevaba su mirada de aguamarina hasta que se topaba con la cara serena de su abuela.

-Me gusta tu color azul del pelo abuela
- Ah, eso ha sido un capricho de mi peluquera, dice que los reflejos azules son más elegantes. A mí me da igual, la dejo hacer.

La niña se embobaba escuchándola. No se cansaba de oirle sus historias, mil veces repetidas, pero le pasaba como con los cuentos, mil veces escuchados y mil veces sorprendentes.

Las manos de la abuela eran blancas y firmes. Con qué delicadeza le despejaba la frente de aquel  flequillo rubio que se empeñaba en cubrirle los ojos color del mar.

-Así está mejor.

Merendaban siempre naranjas y nueces. Su abuela cogía la naranja y empezaba a pelarla por uno de los polos, iba deslizando el cuchillo por toda la fruta, rodeándola, sin romper la cáscara, y eso era fascinante.