Con ella aprendí a distinguir las lunas:
"Mira, si ves una C es que está en menguante"
Me enseñó los trucos de una buena bechamel, a hacer canelones y trufas de chocolate.
Nos regalaba un mes entero de vacaciones en la playa, allí dónde mi hija descubrió con dos añitos que la Luna también está en el mar:
"¡Mamá, mira, si es la luna de mi casa!"
Me tranquilizaba cuando mi hijo no daba señales de vida. Para él un "ahora vengo" podían suponer dos o tres días de ausencia:
"No te preocupes, no tener noticias es la mejor noticia"
Hizo mía una máxima suya:
"La vida es un bidón"
Me contaba historias antiguas de Sevilla y me bañaba con el azul de su mirada.
Era una Señora, en el más amplio y absoluto sentido de la palabra.
Pienso muchísimo en ella, y la echo de menos, muchísimo.
Varios días antes de irse para siempre, tenía un mensaje suyo en mi contestador:
"Llámame, tengo que hablar contigo. No dejes de hacerlo, llámame"
Pero no la llamé, y llevaré ese mensaje clavado todos los días de mi vida.